
Aún sigo
el caer de una hoja desde el árbol anónimo,
rescatando gaviotas (de infantiles momentos)
evocando naranjas, luminosas y amargas,
odiando los candados y las palabras huecas.
Perdí tantas distancias heridas por destino,
sepulté tantas risas bajo tierras ajenas
cargando en la mochila cada uno de los miedos,
que podría mi médula vacilar su disputa.
Pero pienso en las horas que aún permanecen vírgenes
en las puertas abiertas
en las alas dispuestas
en ángeles armados con sus justas balanzas
en la aurora que pinta su quietud, aguardándome
y dejo andar mi paso
-discípulo de tantos-
sobre todas las huellas.