
Los árboles en fila custodiando
la acera que -supongo-
añora su pasado sin asfalto.
Una anciana se queja
y barre inútilmente la vereda,
porque el viento y los seres se entretienen
en sembrar papelitos a su antojo.
El tránsito demuestra su mal genio,
casi nadie sonríe en el volante.
(han de llevar la mente en otro sitio
o están ejercitando un improperio)
No quiero comprender
porque se han olvidado del encuentro,
el par de torcacitas que sabían
de las migas que yo desmenuzaba,
promediando las diez, cada mañana.
Hace ya nueve años
cerraron un colegio (que no ha vuelto)
y escasos hechos son tan agraviantes
como dejar un aula con fantasmas.
Nunca se ponen placas
que adjudiquen un nombre a lo insensato.
Se han muerto varios don y varias doñas.
Hoy hay cierto mutismo entre la gente,
claro está, a menos que se trate
de darle por la espalda a quien lo ignore.
Así la vecindad sigue su curso,
embarrada de grises por momentos,
con un sol en las manos otras veces.
Mi pretérito andar sabe traerme
billetes en desuso
que sirven de recuerdo, solamente.