lunes, 9 de abril de 2012
En este instante
martes, 24 de enero de 2012
Seguir
viernes, 13 de enero de 2012
Evocaciones
Esta mañana desperté viajando
a un refugio olvidado por lejano.
(tal vez privilegiamos las espinas
a la mínima dicha
en tiempos de pensar bajo recuerdos)
Anduve por el campo
donde estuvo mi cuna,
rondando en galerías con pisos de ladrillos
y glicinas rosadas perdumando vacíos.
Juntando el agua fresca
que un molino gallardo,
amparado en la brisa regalaba.
Aferrado a mi infancia
desayuné de nuevo
con la abuela y sus dulces,
pedacitos del alma que sus manos me daban.
A orillas del camino,
me entretuve en un charco
tratando de sumar las mariposas,
perdiéndome en la cuenta.
En tanto, algún hornero
estridente, advertía su presencia.
Busqué nidales,
escogí el durazno de mejor perfume,
tiré un puñado de maíz donde las aves
y me trepé en silencio
(para que no me reten los fantasmas)
al viejo roble que perduró en el tiempo.
Sentí las campanadas del domingo
que echaban vuelo junto con las palomas;
mantillas y pañuelos,
estampitas benditas,
corretear siendo niño.
Despertando las once
me acerqué a la estación para ver el carguero
que siempre saludaba, con un silbato largo,
mis ojos asombrados.
Una caña tacuara, piolín, corcho y anzuelo,
bajo de un sauce probé suerte en el río.
(Al lado, Meco sonreía pensando:
-he sido yo quien le inculcó la pesca a este cristiano!
Un poco más allá
el viejo Club Progreso
con su salón de baile
donde en los carnavales,
le daban rienda suelta a la alegría
nativos del lugar y forasteros
o al menos disfrazaban la penuria
en tanto que lloviesen serpentinas.
Así fueron pasando uno tras otro
mojones de mi infancia/adolescencia
en una rara mezcla de sonrisa y congoja
por retornar a dichas no cercanas
y confirmar ausencias que no acaban.
.
(MECO: apodo con el que se conocía a Don Américo Basile,
peluquero del pueblo, mi tío y padrino.)
a un refugio olvidado por lejano.
(tal vez privilegiamos las espinas
a la mínima dicha
en tiempos de pensar bajo recuerdos)
Anduve por el campo
donde estuvo mi cuna,
rondando en galerías con pisos de ladrillos
y glicinas rosadas perdumando vacíos.
Juntando el agua fresca
que un molino gallardo,
amparado en la brisa regalaba.
Aferrado a mi infancia
desayuné de nuevo
con la abuela y sus dulces,
pedacitos del alma que sus manos me daban.
A orillas del camino,
me entretuve en un charco
tratando de sumar las mariposas,
perdiéndome en la cuenta.
En tanto, algún hornero
estridente, advertía su presencia.
Busqué nidales,
escogí el durazno de mejor perfume,
tiré un puñado de maíz donde las aves
y me trepé en silencio
(para que no me reten los fantasmas)
al viejo roble que perduró en el tiempo.
Sentí las campanadas del domingo
que echaban vuelo junto con las palomas;
mantillas y pañuelos,
estampitas benditas,
corretear siendo niño.
Despertando las once
me acerqué a la estación para ver el carguero
que siempre saludaba, con un silbato largo,
mis ojos asombrados.
Una caña tacuara, piolín, corcho y anzuelo,
bajo de un sauce probé suerte en el río.
(Al lado, Meco sonreía pensando:
-he sido yo quien le inculcó la pesca a este cristiano!
Un poco más allá
el viejo Club Progreso
con su salón de baile
donde en los carnavales,
le daban rienda suelta a la alegría
nativos del lugar y forasteros
o al menos disfrazaban la penuria
en tanto que lloviesen serpentinas.
Así fueron pasando uno tras otro
mojones de mi infancia/adolescencia
en una rara mezcla de sonrisa y congoja
por retornar a dichas no cercanas
y confirmar ausencias que no acaban.
.
(MECO: apodo con el que se conocía a Don Américo Basile,
peluquero del pueblo, mi tío y padrino.)
Síntomas
Parpadeos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)